Ahí estás,
caballero del ocaso,
preñado de pobreza en las entrañas de tus cerros.
Ahí van,
bicicletas y triciclos
con pan y mermelada en los bolsillos.
Tu sombra aquieta las aguas en la orilla
para lavar tu soledad,
tus tristezas de cruces
que se quiebran como el mástil poderoso de la tarde
sobre las viudas de sal y de horizonte.
Los pies que besan tus calles
se enredan en caminos de cristales
y se hunden en el humo que te abriga
como un siniestro manto azul.
Tus ventanas,
son ojos amarillos
que se abren de mañana a la brisa
para respirar tus perfumes marinos
y hacer cortinas del paisaje.
Allí,
donde las horas parecen pasar bajo la escoba del otoño
y se convierten en migajas
sobre los bancos de la plaza,
en la lentitud de sus palomas
y la senil paciencia de sus habitantes seculares,
que vigilan tus pasos invisibles
hacia el futuro que no retrocede
para alcanzarte.
Ahí estás;
como somnoliento,
dormido en la cuna del Pacífico,
en el verso del marino que no vuelve,
en la red del pescador que no descansa,
en la estudiantil pereza matutina,
en el amor que se oculta en tus escalas.
Ahí ,
bajo tu nombre de cielo y tempestad. Talcahuano.
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