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Increíble mujer,
mujer de amplias praderas blancas y ámbar,
tus ojos en racimos de uva se abren
para recibir el cielo
como mariposas fugaces y frágiles
que ruedan hacia mí en cada mirada,
en cada parpadeo,
en cada lágrima de pétalo cristalino
que retumba en un latir sonoro
de tu delicado corazón de campana.
Ancha tu sonrisa me conquistó
y clavó tu bandera de ternura
en medio de mi pecho herido.
Susurro por ti en estos versos,
donde mis dedos invisibles
subieron por tu cuerpo en una noche
y se hicieron poemas en estas páginas añejas.
Cargué mi corazón con tu perfume
mientras,
una brillante espada de poesía
lo abría en la mitad;
aquí entre mis dedos está una
y la otra,
latirá en tu pecho hasta mi muerte.
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