18 agosto 2008

Los invisibles hombres de sal




Duros,
transparentes,
deshabitados de miedo,
así van
abriendo las aguas,
sembrando el mar de poesía
al recoger sus redes de esperanza.
Sus ojos recorren los signos,
que a veces hay en las orillas
donde descansa su pasado
a los pies de alguna cruz sin nombre.
Constelaciones nacen de sus sueños nocturnos
cuando sujetan su vida e su sustento
en una lienza negra
o en un anzuelo de escarcha y valentía
que se dobla ante el azote
de la brutal intemperie marina.
La rosa de los vientos los abraza
y los encumbra en altamar
mientras atan sus almas a un pedazo de madera vieja
para dirigir su proa al horizonte
(que no es más que un silbido profundo
que llama con su cólera a la juventud
que arrancará de sus manos)
Algunos hombres no vuelven,
y se convierten en sal;
cuando sus viudas lloran
su ausencia de naufragio
y emiten ese agudo grito de piel
contra el destino.
Arden velas en sus mesas
como un faro que no existe
y que se va con la marea.
Transparentes, duros
habitados de humildad
sus manos no descansan
y
reman,
reman,
reman.
Sus mujeres continuarán amasando el pan
y lavando ropa,
con su vista perdida,
para adornar el paisaje
de banderas silenciosas
e invisibles faros de harina.

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