
Duros,
transparentes,
deshabitados de miedo,
así van
abriendo las aguas,
sembrando el mar de poesía
al recoger sus redes de esperanza.
Sus ojos recorren los signos,
que a veces hay en las orillas
donde descansa su pasado
a los pies de alguna cruz sin nombre.
Constelaciones nacen de sus sueños nocturnos
cuando sujetan su vida e su sustento
en una lienza negra
o en un anzuelo de escarcha y valentía
que se dobla ante el azote
de la brutal intemperie marina.
La rosa de los vientos los abraza
y los encumbra en altamar
mientras atan sus almas a un pedazo de madera vieja
para dirigir su proa al horizonte
(que no es más que un silbido profundo
que llama con su cólera a la juventud
que arrancará de sus manos)
Algunos hombres no vuelven,
y se convierten en sal;
cuando sus viudas lloran
su ausencia de naufragio
y emiten ese agudo grito de piel
contra el destino.
Arden velas en sus mesas
como un faro que no existe
y que se va con la marea.
Transparentes, duros
habitados de humildad
sus manos no descansan
y
reman,
reman,
reman.
Sus mujeres continuarán amasando el pan
y lavando ropa,
con su vista perdida,
para adornar el paisaje
de banderas silenciosas
e invisibles faros de harina.
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