Para ser recordado
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Soy pie, paso, un zapato gastado
soy ataúd, sepultura, un epitafio.
Soy
una botella en añejo
un cáliz,
un racimo de años.
Quiero el sabor de tus ojos exprimidos.
El color de tu sangre inundando mi copa.
El racimo de tu cuerpo muerto
para velar tu sacrificio en mi mesa.
La circular textura de tu alma negra
se mezcla con el roble viejo de mi tierra
que paciente te regala vida en la espera
y eres hijo de su fecundo vientre de madera.
La dulzura de la tierra brota en ti
gota a gota en la botella
y el aroma de la sequedad del valle
que el viento impregnó en tus venas
me regala el sol maduro
cuando en mi boca, beso a beso te entregas.
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En esta noche,
donde el silencio cubrió los grillos y su fanfarrea,
cubrió la vibración de las guitarras
y el agitado zapatear de la Patria en la distancia.
Esta noche,
la nostalgia me dejó su sabor amargo
impregnado en la garganta
y aunque intente recordar
tu semblante embanderado
flameando orgulloso al viento
que arrastra el Pacífico hasta esa estrella solitaria
no consigo sentir en mi pecho la emoción
de la tonada honda que canta el vino y la empanada.
Allá,
allá donde nacieron mis recuerdos
y donde aún están mis raíces desprendidas
resuena en esta noche la alegría compartida
el regocijo de amigos y enemigos
unidos en una ronda de pañuelos agitados.
Sé
que tú no dormirás en esta noche
porque la mesa está servida
y hay guirnaldas con serpentinas,
afuera un perro que llora
y un brasero encendido en la cocina.
Talvez la lluvia o la llovizna
con su multitud de agujas divididas
te den ese brillo de la salinidad marina
para iluminar mi intima vigília.
Te imagino en esta noche
entre pétreos paisajes inmóviles
de esas costas adormecidas
de cara al viento,
sin destino.
Talvez no duerma
sin antes recordarte hasta ver morir la madrugada.
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Las estrellas:
Están derrotadas,
cabizbajas, marchando al horizonte
sin la fuerza del ocaso
ni la esperanza de una noche despejada
en la silenciosa estación de la tarde.
Están como heridas,
como sangrando polillas
y postes por las calles
en su desfile extravagante
libertando su perfume de brillante travesía,
sembrando sombras de metales
y fosforescentes lentejuelas que circulan
la inmadura luz en cada esquina
como filamentos fragantes.
Están somnolientas,
bostezando tu nombre en mi ventana
como un pálido volcán de lentitud y muerte,
que inundan la habitación
de recuerdos que desgarran.
Están distraídas
revoloteando sobre mis pupilas
con la esperanza de anidar
con amor sobre la cama
y absorber un poco del dolor
que derramo por tu falta.
Señora,
que áspera palabra se despliega y sube,
que temporal subterráneo se eleva
desde las letras con tu nombre hilvanado,
preso a tu extenso litoral de mujer.
Esta noche
la luz quiso iluminarte,
quiso erguir sus rayos y apuntarte,
quiso que fueras en el centro
la circular exactitud del brillo
como una corona partida
por un puñal de poesía.
Señora,
has arrancado del viento el viaje
y de las pisadas las raíces,
has pulido las piedras en tu espera
y esparcido tu perfume como imperio matutino.
La canción de tu alma
se derrama silenciosamente
con su voz de historia
y vuelves a parir tus hijos,
a llorar;
la soledad y sus cuchillos,
la distancia y sus caminos,
la cuna y su manto de ternura.
Vuelves
a encumbrarte en septiembre,
así,
delicada y suave
como el otoño,
como la fuerza que te viste y cubre,
como tu corazón errante de madera y vegetal.
Señora
que áspera palabra repito en esta noche,
que temporal de pieles en tu nombre,
que fuerza de ríos en tu sangre
y que huracán en cada letra de tu boca
cuando me llamas
a vivir en tus alturas.
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... y el beso
fue como el estruendo de un relámpago
cuando los cielos protestan de las nubes,
como una campanada de domingo,
como un llanto de espumas
en playas de gaviotas asustadas.
El beso fue una escalera,
un martillazo,
un océano,
un caballo desbocado,
una herradura en la desgracia,
un cuarto pétalo sonriente
de un trébol desterrado de la suerte.
Fue
un profundo abismo de armonía,
un cementerio con viudas cantando
y vestidas de rojo.
El beso fue la estación
donde se marchaba la distancia
y arribaba la alegría.
El beso fue...
... la vida.