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En invierno los sonidos nocturnos parecen más importantes.
Es como si los trenes despertaran con frío y rugieran su furia metálica a la noche, ellos repiten su propio eco de vagones vacíos, de abandono, de olvido. Su eco es como de lanchas, si, como en el puerto susurran las lanchas y lanchones que van a alta mar y tocan sus sirenas graves para despedir sus amores que aún están dormidos, pero aquí no es el puerto y sólo hay trenes que desvelan las tinieblas. Trenes y perros, que conversan como tambores y violines. No hay grillos ni sapos, sólo trenes y perros que se quejan del frío, rugen y ladran de noche.
Por qué de noche?.
Quizás para que los oigan mis oídos.
Son muchos trenes como cuncunas en las flores, cuncunas grises y amarillas, cuncunas oxidadas, cuncunas sin matices. Tal vez una de estas noches se conviertan en mariposas o en polillas, y dejen de rugir su furia, pero quedarán los perros, ladrando a mi desvelo, llenando mi invierno de violines.