Tierra,
ábrete para recibirme,
yo,
te daré mi vida.
El pasado lo puedo recoger
en el llanto de una ola.
En dos copas amargas,
beber tu ausencia.
En blanco y negro,
reconstruir tu difusa figura.
Allí te veo,
sembrado por las cenizas de tus huesos,
diseminado en los conchales.
Tu espíritu inverna en el brillo titilante del nácar,
que un día se quebró
para honrar a tu dios y a tu bravura.
El grito,
tu grito,
aún vaga en el aire con el viento frío de Magallanes.
Y vuelves,
y vuelves como la llovizna
sobre las casas y los campos,
sobre las orillas con la vehemencia de un golpe seco,
como un trueno postrero
que da
la última campanada
a tu extinto silencio.